25 de septiembre de 2025

28F: Andalucía, la nación construida sobre el anhelo de libertad

Bandera de Andalucía ondeando al viento//Fotografía: Junta de Andalucía

La inmensa mayoría de los jóvenes andaluces, de niños, hemos pintado con lápices de madera, rotuladores o lo que tuviéramos a mano una arbonaida —la bandera blanca y verde de Andalucía—, la hemos pegado a una pajita y hemos salido agitándola al patio arropado por los sones de nuestro himno. También sabemos que al autor de la letra de nuestro himno es Blas Infante, y que le asesinaron en 1936 los rebeldes falangistas. Ah, y que hicieron lo mismo con Lorca. Asimismo, sabemos que Machado murió huyendo de la barbarie en condiciones infrahumanas en el sur de Francia. La inmensa mayoría de jóvenes andaluces sabemos, en definitiva, que ser andaluz es mucho más que una palabra, es una historia y una memoria compartida, son lugares comunes que nos cosen con un hilo verde y otro blanco a nuestro presente que nos exige solidaridad y a nuestro pasado de vanguardia reprimida, de revolución aplastada, de corazón que late apasionado por la causa de la libertad y acaba, como en La casa de Bernarda Alba —otro lugar común entre andaluces—, colgada, asfixiada por una moralidad estricta, puritana, hipócrita, absurda y sofocante, que convierte en fiambre a toda alma libre que quiere cabalgar sobre un caballo desbocado en campos tan ricos, bellos e inacabables como los que conforman el paisaje de Andalucía. 

Monumento a Blas Infante en el lugar donde fue asesinado//Fotografía: Sergio David Cansado

¿No se dan cuenta de la paradoja? La construcción histórica de nuestra identidad como andaluces camina en paralelo a la construcción del Poder en Andalucía, copado por caciques, terratenientes y grandes de no sé qué. ¡Andalucía no es un concepto vacío, es una guerra de liberación! ¿Cómo explicarle estas cuestiones complicadas a nuestros peques? Es imposible que lo entiendan, pero no es imposible darle las herramientas para que lo pueda entender cuando crezca. Y la inmensa mayoría de jóvenes andaluces tenemos esas herramientas, ¿no es maravilloso? Seguro que hubo quien, al diseñar esa presencia de nuestra identidad en la educación, pensó que a costa de repetir sus nombres, de convertirlos en lugares comunes, en nombres compartidos, les arrebataría su potencial transformador y revolucionario. Y puede que tuviera razón —el Poder siempre es muy listo, si no no sería Poder—. Pero nos queda la palabra y la memoria. No hemos desaparecido. Ni los andaluces nos hemos ido, ni hemos olvidado. Y si hay que agarrar la aguja e hilarla con hilo verde y blanco, se agarra. Los niños tienen esos nombres en sus cabezas, tienen acontecimientos sobrecogedores, tienen esa identidad que durante la historia han querido reprimir y que ahora quieren despojar de significado, o resignificarla para que la oposición al Poder legitime al mismo Poder, y eso no se puede permitir. Esa sería la mayor traición a Andalucía, pues tendríamos bandera, nombre, himno, presidente autonómico, pero habríamos perdido a Andalucía. Hoy, 28 de febrero, parece pertinente hablar de lo que Andalucía significa.

Machado puso en boca de Juan de Mairena —que no es un lugar común entre andaluces, pero debería—, que un político no está para transcribir deseos, sino afrontar con sinceridad la verdad, porque el pueblo ama la verdad. «¡El pueblo no está preparado para ello!» podría responder alguien que seguro se considera a sí mismo preparado. A ello responde Machado que el pueblo asumió la verdad más trágica, la de que somos seres destinados a caminar hacia la muerte y a luchar por la vida, y que, después de esa, el pueblo está preparado para cualquier otra verdad. El pueblo andaluz se ha visto de cara con la muerte demasiadas veces. Una de ellas, hace cien años, entre 1917 y 1920. Jornaleros cuya vida se resumía con la palabra esclavitud se plantaron, se organizaron, se afiliaron a la CNT o a la UGT —como individuos no eran nada, sindicados eran un ejército—, y hasta ahí llegó su paciencia. La respuesta del gobierno central fue declarar el estado de guerra y masacrarnos. Hablo en primera persona del plural porque somos herederos, y descendientes la mayoría, de ellos, de los jornaleros, de sus madres que lucharon y sufrieron, y de las clases populares. Carlos Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo no lo es, pero nosotros sí. Fuimos reprimido por los terratenientes a través de su brazo armado, el ejército. Nos masacraron acusándonos de terroristas, ¡a nosotros, que sólo pedíamos tierra y libertad! Mientras tanto, el Conde de Romanones llevaba a los jóvenes de nuestra patria a la muerte en Marruecos para proteger sus minas y sus negocios, ¡y los terroristas éramos nosotros! Por cierto, la gente de bien de la época lo vio como lo más normal del mundo, como algo lógico. «Si son terroristas, habrá que acabar con ellos, ¿no?». Te invito a pensar a ver si encuentras similitudes con nuestros días. (Les ayudo: Trump, Gaza, Israel, Putin, minas del Dombás, tierras raras de Ucrania, y creo que con eso es suficiente). 

Manifestación en Córdoba el 17 de febrero de 1919 // Procedencia desconocida

Conviene preguntarse, ¿con quién se posicionaron esos nombres que conforman nuestra identidad cultural? Rafael Alberti notó los vientos del este, era la hora de que las mujeres y los hombres explotados de Andalucía lucharan por lo justo. Pero, ¿qué era lo justo? ¡La abstracción, qué bien ha usado el Poder esa herramienta! Poner palabras bonitas y decir que eran… ¡luchadores por la libertad, progresistas, demócratas! ¡Qué bonito, y qué abstracto! Pues voy a concretizar, o a intentarlo al menos. Eran luchadores contra el capitalismo, cuyo rostro más salvaje contempló Lorca en Nueva York, donde los niños eran devorados por monedas sin patria ni bandera, tan solo con codicia, mientras en su desesperación la gente no podía ver el sol, tan solo nardos de angustia dibujada en las aristas de las inmensas escaleras. Eran una voz contra la marginación de nuestra tierra, como dejó escrito Blas Infante al reivindicar el andalucismo, cuya base no era una burguesía codiciosa que quería romper una patria común para acumular sus propios recursos, sino los jornaleros, los trabajadores o las mujeres que cosían los monos de trabajo o los vestidos de los ricos y que cuidaban de sus familias. Sin ellos, Andalucía no habría sido más que una quimera. Blas Infante lo supo ver y escribió el himno para esa Andalucía real que pedía tierra y libertad. ¡Tierra y libertad! No sé ustedes, pero yo no me imagino a un niño cantando: «en la plaza de mi pueblo dijo el jornalero al amo, nuestros hijos nacerán con el puño levantao’». Pero mira las maravillas de la vida, que los niños y jóvenes andaluces cantan: “pedid tierra y libertad, sea por Andalucía libre, España y la humanidad”. Tierra, ¿qué es la tierra? La tierra es la madre de nuestra riqueza, la tierra es nuestra, es de quien la trabaja, es del pueblo que no ve el valor en los bitcoins o en los fondos de inversión, sino en el fruto que emerge de la tierra que pisa. ¡Ese es nuestro himno! Nuestro lugar común es un canto por la reforma agraria, por la redistribución, por el control campesino de su propio trabajo, por la soberanía popular sobre nuestra tierra. En definitiva, y no de forma abstracta, es un canto por la libertad. Despertar el significado de ser andaluz, de Andalucía, no es dividir ninguna sociedad, sino desvelar lo que fuimos, lo que somos, y lo que seremos. 

Tanqueta policial enviada por Marlaska (PSOE) para reprimir la huelga del metal en Cádiz, 2021//Europa Press

La historia, nuestra historia, la que damos en la escuela y la que nos cuentan nuestras abuelas, nos interpela a agarrar el testigo y mirar nuestro mundo con ojos andaluces, es decir, con ojos inconformistas e insumisos, cuyo color es el brillo de la libertad deseada. Cuando los españoles, sobre todo los andaluces y extremeños, logramos arrancar del gobierno central una reforma agraria que impuso la justicia en el campo, los enemigos de Andalucía se encargaron de encerrar nuestra nación bajo llave. Hoy el campo sigue en manos de grandes terratenientes, en Almería sigue habiendo jornaleros en condiciones de semiesclavitud, y nos están expulsando de nuestras ciudades para convertirlas en parques temáticos al servicio del turismo que viene del norte. Sin embargo, nuestra posición es mucho más ventajosa: tenemos una educación pública que nos enseñó qué es Andalucía, podemos leer a nuestros poetas, reivindicar a nuestros ancestros, buscar a nuestros muertos, ensalzar nuestros símbolos, y nos sentimos unidos por nuestras costumbres. Nos arrebataron la tierra, pero Andalucía sigue ahí, amada por los andaluces, esperando a que los andaluces nos levantemos y nos pongamos en pie junto a ella. Hagámoslo

Somos españoles y andaluces. No lo somos por casualidad, sino por ser descendientes, por sangre o por cultura, de jornaleros, costureras, sindicalistas, luchadores y trabajadores de todo tipo que se esforzaron hasta los límites físicos de su cuerpo para tener un plato de comida que darle a sus hijos. Somos descendientes de combatientes contra la invasión los franceses hace doscientos años, y de nuestra resistencia emergió una constitución revolucionaria, o de los combatientes contra la invasión alemana e italiana en la Guerra Civil, que tan caro pagamos en esta tierra que todavía arropa los cuerpos de muchos compatriotas caídos por la libertad. En este mundo de aparente mérito, heredamos de ellos no extensos campos, ni propiedades que dieran rentas o títulos de grandeza, sino esta identidad, esta Andalucía que debemos reivindicar. Nadie me hará renunciar a mis naciones, Andalucía y España, porque soy consciente de lo que significa y porque no renuncio ni a mi historia, ni a lo que soy, ni a la comunidad a la que pertenezco, ni a nuestros lugares comunes. Esos lugares comunes son las estrellas que me guían al hacer andando mi camino. El cosmopolitismo mal entendido que hoy algunos predican nos despoja de nuestras raíces, de nuestra comunidad, para hacernos luchadores por la única causa de nuestra salvación individual, para hacernos abanderados de la soledad y el desamparo frente a las oligarquías internacionales que pretenden dominar nuestros recursos con la complicidad necesaria de las oligarquías locales. No obstante, el nacionalismo mal entendido del que algunos se jactan nos arranca de la tierra material que da origen a nuestra nación para convertirla en símbolos cuyo único significado es el del dinero. Me niego a pensar que un inmigrante que trabaja explotado en nuestro campo es menos andaluz que el presidente de la Junta que vende suelo público a oligarcas extranjeros y me pregunto, sinceramente, si esos que hoy se llaman patriotas habrían sido en 1814 parte de ese grupo de indignos que fueron a rendirle pleitesía al sátrapa de Fernando VII. Piénsenlo, ¿quién habría estado con los andaluces, y quién con los invasores y los tiranos? 

Hoy, 28 de febrero de 2025, yo grito con orgullo que soy andaluz, español e internacionalista, y que es hora de hablar de lo que eso significa, es hora de reivindicar el carácter colectivo, solidario y emancipador de nuestras naciones y de nuestro internacionalismo.

¡Pedid tierra y liberta,

sea por Andalucía, España y la humanidad! 

Por Gonzalo Espinola

Gonzalo Espínola (Sevilla, 2006) es estudiante de Filosofía, Política y Economía. Miembro del Comité Editorial de Agitatio.

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