25 de septiembre de 2025

Ideología en el siglo XXI

“ El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”

Rescatando esta frase de Cien Años de Soledad es como creo que se puede explicar nuestra situación actual. La nueva reacción, encabezada por Trump, Milei, Le Pen, Abascal y compañía tiene demasiadas similitudes con los reaccionarios clásicos, lo fascista, la escuela austriaca y lo neoconservador se palpa en su discurso, se nota su influencia y sin embargo, es difícil calificarlos a todos de fascistas. En el siglo XXI se vive una crisis de los términos, la muerte de la historia ha llevado a la muerte de las ideologías, por lo que los términos que las definían se han difuminado. Capitalismo, liberalismo, comunismo, socialismo, fascismo, libertad, opresión, marxismo, anarquismo, todas estas palabras han perdido su significado, han quedado ahogadas en un mar de sinsentido y ni siquiera han sido sustituidas por otras palabras, sino que su significado se ha vuelto superfluo, las palabras no tienen un sentido fijo, sino que el que habla las convierte y manipula para darles el significado que le proceda.

Hoy en día todo el mundo es comunista, lo son Kamala Harris, Pedro Sánchez o Lula de Brasil. Comunista ya no representa una ideología política porque todo el mundo puede ser comunista, porque con estar en contra de la derecha ya se te pone el san benito de ultraizquierda. El comunismo del siglo XXI es ahora socialdemocracia neoliberal y no porque los partidos comunistas hayan “traicionado a sus bases para convertirse en herramientas del régimen burgués” sino porque cuando se propone una medida más humana para la economía que la ley del más fuerte es porque algo tramas con las élites globalistas. En el siglo XXI estamos viviendo una caza de brujas, en la que todo el mundo es culpable de absolutamente nada. Los comunistas y anarquistas no existen de forma significativa, los intentos de revolución fracasaron y las alternativas emancipadoras al sistema han sido brutalmente reprimidas. No queda espacio para “los comunistas” busca por todas partes que aquí no los vas a encontrar, sin embargo, podemos acusar cualquier cosa de socialismo, podemos decir que durante 100 años Argentina ha sido socialista, que Pedro Sánchez es “socialcomunista” y que la ONU es “colectivista”.

Para entender que esta ocurriendo debemos definir algunos términos: La ventana de Overton es el espectro de ideas aceptables en una sociedad, dentro de la ventana de Overton es donde se dan los debates políticos “mainstream”, ningún partido consigue actuar dentro de los parlamentos sin abrazar estas ideas. Para nuestras sociedades los conceptos de democracia, libertad o propiedad privada están arraigados en la concepción política general, son hegemónicos. Es muy importante entender el papel crucial de la hegemonía y es que las ideas de la ventana de Overton no dejan de ser la ideología hegemónica de una sociedad, aquella que justifica el estado de cosas vigente y las jerarquías establecidas. Para entender esta hegemonía no sólo es necesario conocer las ideas dominantes, sino la concepción del mundo que las une y la noción que le dan a cada concepto. La concepción contemporánea del mundo, por lo menos en los países más “desarrollados” (la noción de desarrollo merece un artículo por sí sola) se resume en el ideario del Realismo Capitalista. Esta ideología, que no reclama nadie pero que una gran mayoría sigue viene a decir que la historia ha terminado y como resultado ha quedado el capitalismo global que gobierna el mundo moderno, es una narrativa perfecta, pues cualquier parte del espectro político hegemónico lo puede tomar como suyo.

Los conservadores y liberales pueden usarlo como escudo para defender la “superioridad del capitalismo” que ha superado a todos sus enemigos y se alza vigente frente a los otros que fracasaron. Al mismo tiempo la izquierda, la de los parlamentos, afirma a sus votantes que no tienen mejor opción, que solo pueden abrirse paso en las instituciones ya existentes y que con lo que tenemos es suficiente, que la acción política fuera de las elecciones es una pérdida de tiempo. Es importante entender esto para entender que lo que esta sociedad entiende por “democracia, libertad o propiedad privada” no son definiciones reales de estos términos, sino las impuestas por una estructura ideológica sustentada en la defensa del orden presente. Cuando se piensa en democracia no se piensa en un gobierno del pueblo sino en las instituciones que gobiernan nuestras sociedades, cuando se piensa en libertad se piensa en el mercado, en la capacidad de unos pocos de controlar la vida de muchos, lo mismo con la propiedad, se piensa en la propiedad privada como si la mayoría fuese poseedora y no fuese una minoría ínfima la que tiene propiedad privada. Al mismo tiempo, el realismo capitalista busca ignorar la dimensión política de las relaciones sociales, busca separar economía, psicología, ciencia y todo tipo de disciplinas de política, esto no significa que no exista un sesgo ideológico o una dimensión política en estos ámbitos, sino que se niega. Lo que implica es que la mayor propaganda generada en nuestro tiempo es la que nos afirma que la propaganda no existe, que la política se reduce a una serie de votaciones cada 4/6 años en las que elegimos a unas pocas personas para que gobiernen.

Es inherente al realismo capitalista pervertir los términos, transformar toda idea en una que sirva de defensa del sistema. Aunque el realismo capitalista se atribuye al periodo vigente del capitalismo lo cierto es que la “normalización” que lleva a cabo, como limpia las ideas para hacerlas a su imagen y semejanza, ha sido una constante en el capitalismo desde su concepción. Los gobiernos de hoy en día convierten en sus héroes a los que antes demonizaban, las luchas sociales antiguas, aquellas que oprimieron, se convierten en un baluarte de la nación en cuestión. Así, todos los franceses hablan ahora del Mayo del 68, pero no de que buscaban derrocar a su gobierno; todos los americanos hablan de los Derechos Civiles, pero se olvida a Malcolm X; ahora se lee teoría decolonial en las universidades, pero no se cuestionan las relaciones de dominación que los países imperialistas realizan sobre África, Asia y Latinoamérica. Esto no significa que la normalización adapte a todos los elementos sociales dentro del sistema, todas las ideologías y todas las luchas, ya que simplemente no es capaz, todo lo que puede absorber es absorbido y lo que no se puede es demonizado, aplastado, se crean falsas historias y se le niega la legitimidad, si seguimos hablando de la Ventana de Overton podemos decir que a estas ideas se las lanza para que caigan desde un segundo piso.

Mark Fisher definió en 2009 que vivíamos en el Realismo Capitalista, sin embargo, tras década y media, ¿no han habido cambios en el centro ideológico de nuestra sociedad? Es evidente que no. Decir que la falta de alternativa y la despolitización de los elementos sociales y disciplinas sigue vigente es verdad, pero hace falta añadir. Desde 2009 ha habido un viraje ideológico hacia los discursos excluyentes y el odio. Todos sabemos que crece la extrema derecha, que sus partidos ganan elecciones, quedan primeros en Italia, segundos en Alemania, terceros en España, pero lo que pocos admiten, ya que les concierne a ellos también es que su discurso ha calado en toda la ventana de Overton, el espacio de ideas aceptables ha sido infectado por estos discursos, no solo en el sentido de que han introducido formas de pensar que no se aceptaban sino porque han infectado todas las formas de pensar aceptables, e incluso aquellas que están “fuera” de esa ventana. Donde más se puede entender esto es en el discurso de la inmigración, las ideas xenófobas contra las personas, principalmente provenientes de países como Marruecos o Argelia no son propias de la extrema derecha, sino que desde todo el espectro político se lanza odio contra esas personas, se ha creado un sentimiento generalizado de “paranoia” por un vecino peligroso que no existe, tanto que se hablaba de presunción de inocencia y resulta que se ha empezado a adjudicar inocencia y culpabilidad según el color de piel. Como digo, la fobia contra el inmigrante no es exclusividad de votantes de Vox, Alianza Catalana o Frente Obrero, sino que su discurso ha calado en una mayoría de la población, una mayoría educada en el miedo y el respeto a la autoridad. Si hay algo que se ha normalizado en los últimos años no son las identidades no normativas ni las orientaciones sexuales “no canónicas” sino que por lo contrario, el discurso reaccionario ha impregnado duramente a toda la sociedad. Así el “gobierno más progresista de la historia” puede eliminar la Q de LGBTIQ, para fomentar una normatividad que no debería existir en primer lugar, la normativización de las formas de ser acaba por ser la muerte de la expresión.

En Europa estamos viviendo la normalización de la retórica fascista, sin una organización obrera sólida, los discursos solidarios, internacionalistas y de liberación no son capaces de destruir a la reacción. Tildar a Meloni, Abascal o Alice Wiedel de fascistas resulta extraño. Los fascistas, si bien raudos defensores de la clase capitalista, no son solo esto, porque entonces deberíamos abrir el campo del fascismo para hablar de socialdemocracia, bonapartismo e incluso del liberalismo. El fascista del siglo XX era un romántico que hablaba de la nueva sociedad, se oponía frontalmente a la democracia y mucho más a la organización obrera, el marxismo y el anarquismo. La reacción contra la amenaza de la revolución social, la lucha real de la clase trabajadora por mejorar su situación y emanciparse de los parásitos que se lucran de la labor del trabajador es la base fundadora del fascismo, es el motivo de peso de la marcha sobre Roma o el golpe de estado franquista. Lo cierto es que la “amenaza de la revolución social” actualmente es ínfima, la histórica demonización y masacre de revolucionarios no ha sido en vano y sus consignas han sido destruidas. Los nuevos movimientos reaccionarios no reaccionan contra el auge al poder de las clases bajas sino que reaccionan contra la sociedad creada tras décadas de lucha de clases. Atacan a los derechos laborales, las mejoras en la situación de mujeres y minorías y a la llegada de inmigración.

Todos ellos son resultado de la pugna nacional e internacional entre los poderosos y la comunidad que gobiernan, son las políticas imperialistas las que han forzado a millones a abandonar África, Oriente Medio o Latinoamérica, fue la represión a los movimientos obreros la que ha llevado a la detención del avance social, a que la jornada laboral se reduzca infimamente en décadas, en que los puestos estables se conviertan en “jornadas flexibles” que no aseguran el sustento material para el trabajador.

Si algo demuestra el auge de estos movimientos es que “el capitalismo se revoluciona constantemente”, que constantemente cambia y confunde, que crea shocks continuos dejando a los sujetos revolucionarios incapaces de actuar debido al golpe, tanto físico como psíquico que reciben.

En 2007 Naomi Klein definió la Doctrina del Shock, para ella, las reformas neoliberales que eliminaban la seguridad material de los trabajadores, reducía la calidad de su sanidad y educación y les forzaba a trabajos irregulares y mal pagados se pudieron llevar a cabo por una gran tragedia o acontecimiento traumático de grandes proporciones que dejaron a la población en shock. Estos eventos influyen enormemente en la psique del colectivo, la vuelven frágil y tras el trauma, permiten la llegada de estas medidas. Entre los ejemplos históricos de la doctrina del Shock se encuentran las reformas neoliberales impuestas tras el golpe de Estado en 1973 en Chile, la transición al capitalismo en los países ex-soviéticos o las medidas autoritarias de George Bush tras el 11S. Para Klein estos eventos son necesarios para la llegada de estas reformas y sin embargo, en un mundo dominado por ellas, en las que los partidos más votados ignoran cualquier cuestión de clase y cada vez añaden más cabezas a las filas del ejército de desempleados y marginados parece ser que ya no son necesarias las grandes tragedias para efectuar estos cambios. Lo cierto es que ya no percibimos esas grandes tragedias porque ocurren tan de seguido que no las procesamos. Actualmente hay tantos shocks que el colectivo se ha vuelto impermeable al trauma. Es común presenciar en redes sociales crímenes de guerra en Ucrania, actos de genocidio en Palestina, la información sobre masacres, genocidios, guerras y abusos es accesible como nunca. En nuestros países, que creen vivir en una burbuja de prosperidad la situación económica representa un shock en sí, la imposibilidad de acceder a una vivienda, la dificultad de crear relaciones afectivas, el modelo predatorio que organiza la economía y la sociedad, el clima de competencia que nocivamente busca eliminar las nociones de cooperación que nos han mantenido vivos, todo ello es lo que crea “la epidemia de salud mental”, todo ello es lo que forma el shock constante en el que vivimos, un shock que no se basa en una gran tragedia individual, en un cambio de gobierno o un gran atentado, sino que el shock es la experiencia del día a día. Es la burocracia constante que permea nuestras vidas, que no solo dificulta nuestros procesos legales sino que moldea y hace ineficaces nuestras propias formas de actuar, es la crisis climática que pretendemos ignorar pero que con su fuerza puede derribar el muro que hemos colocado para evitarla, es la desesperanza constante del realismo capitalista, la falta de alternativa que nos rompe sabiendo que si no hay alternativa puede haber un final. El shock fomenta la inmovilización y por tanto el avance de los reaccionarios.

Es este shock la condición esencial para el surgimiento de Trump, del AFD o de cualquier movimiento ultra de nuestra actualidad. La solución es tan sencilla como magna, tan fácil de imaginar como fantasía como difícil de imaginar como realidad: La revolución. La revolución significa una superación del shock, una superación que viene del conocimiento, para destruir este trauma debemos conocer sus causas, debemos reconocer su existencia, reconocerlo como intrínseco del capitalismo y negarnos a actuar bajo sus preceptos, crear una política fuera de lo impuesto, una que entiende el interés de la mayoría trabajadora, el final de la explotación y la mercantilización de todo bien. La labor de la revolución es gigantesca, pues debe al mismo tiempo reconocer el inmenso espacio entre sus objetivos y la realidad y al mismo tiempo debe tener esperanza. El pensamiento contrahegemónico, subversivo, que crítica las nociones presentes para crear nuevas siempre es y deberá ser revolucionario. Que no asusten los términos, las revoluciones, los levantamientos populares y las tomas de poder han sido una constante en la historia de la humanidad y lo siguen siendo.

Para derrotar al shock hay que ser consciente del shock, en cierta forma aprender a vivir con él, fomentar el apoyo mutuo y la solidaridad de clase. Aprender a vivir con él no significa aceptarlo, sino aceptar que es solo bajo la acción colectiva que se puede destruir este sistema inhumano, que se debe actuar en masa contra la barbarie.

Por Carlos Ortiz

Miembro de Agitatio, Internacionalista

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