“The Revolution bout to be televised, you picked the right time but they wrong Guy”
Con esta preciosa frase Kendrick Lamar abrió su espectáculo de la Super Bowl el 9 de Febrero de 2025. Desde luego fue una actuación distinta a lo que acostumbra la NFL, estaba llena de simbología y reivindicación política, sin embargo, ¿Hasta qué punto podemos hablar de revolución en la Super Bowl, evento financiado por las mayores fortunas del planeta? Pues más bien poco. Sin embargo, aparecieron muchas personas después en redes sociales aclamando la valentía de Kendrick Lamar por su mensaje subversivo. Esto no es una crítica a el ni mucho menos, ya que fui el primero que disfruta mucho de su música y me encantó la actuación, pero a pesar de ser capaz de ser un gran artista y de lanzar potentes mensajes sobre el valor de la identidad y la lucha de la población afroamericana en su actuación no está la semilla de ningún árbol rebelde, no es un paragón de ninguna revolución y en parte contribuye a la perpetuación del status quo.
Con esa frase Kendrick Lamar referenciaba a Gil Scott-Heron, poeta y músico afroamericano que firmó: “The Revolution Will Not be Televised” en el poema Heron explica que la revolución vendrá con un cambio de mentalidad en las personas que la televisión no podrá captar, mientras ese cambio ocurre en la sociedad los medios servirán como un contrapeso, tratarán de adormecer la conciencia de los revolucionarios para preservar la razón de su existencia. Kendrick con su proclama pretende romper con ese precepto, pretende entrar en territorio enemigo y disparar desde allí “destruir al enemigo desde dentro” y como dicta la norma, destruir al enemigo desde dentro es imposible.
Lo cierto es que la revolución es una palabra pomposa, pero no es ningún espectáculo. Cuando miramos hacia atrás vemos en las revoluciones momentos fascinantes, de cambios en la conciencia de la humanidad que nos permiten a día de hoy tener debates de gran interés, pero citando a Walter Benjamin: Todo Documento de Cultura es Documento de Barbarie. Mientras entre los revolucionarios bolcheviques se encontraba Alexandra Kollontai, que llenó la discusión política con ideas emancipadoras relacionadas a la sexualidad, creando un concepto de amor libre que los soviéticos no pudieron alcanzar, la revolución bolchevique llevó a una guerra civil sanguinaria, la abolición de los soviets a la pena de muerte dejó paso al terror de una guerra en la que ningún bando conoció la piedad. No es que los que hablemos de revolución queramos retornar a etapas sanguinarias, como si nuestras sociedades fuesen remansos de paz atizadas por agitadores y falsos profetas y no las máquinas de perpetuación de la explotación, incremento de la marginalidad y hervideros de tensión social. La sociedad de clases, capitalista, es una bomba en riesgo de detonación constante y la revolución es el posible resultado “positivo” de la explosión. Sin embargo, no deja de ser una explosión, el derrumbamiento de las estructuras sociales antiguas para formar unas nuevas nunca es cómodo, siempre es un periodo de intranquilidad e inestabilidad que puede también desembocar en tragedia. Esta es la realidad del cambio radical, necesario durante toda la historia para terminar sucesivamente con las formas de explotación o permitir la subsistencia de los comunidades, no es que esta situación sea idónea, pero sí necesaria para la emancipación.
La revolución tampoco es un repentino pico de violencia, las sociedades que desembocan en una revolución tienen un pilar fundamental en la violencia(toda sociedad clasista tiene ese pilar de violencia para mantener la sumisión de las mayorías trabajadoras hacia las minorías poseedoras) si surgió una revolución social en la España de 1936 es porque durante décadas el Estado y las patronales actuaron con impunidad contra obreros y campesinos, masacrando y torturando. Lo cierto es que las épocas de desencanto y agitación social no ocurrirían sin el actuar del poder, sin que este perpetúe un sistema de opresión y use la violencia que necesita para hacerlo, sin un poder opresivo no hay una revolución que busque eliminarlo. Por lo tanto, la revolución no es un espectáculo, no se puede televisar porque es abrupta, repentina y disruptiva. Los medios más rápidos podrán grabar su final, el resto reciclará esas imágenes. Lo cierto es que estos medios trabajan para las estructuras opresivas. Ese es otro motivo por el que la revolución no será televisada, porque ningún dictador documenta la caída de su propio poder.
Cuando hablo de dictadura no hablo sin motivo, el dominio ideológico es dictatorial, ridiculiza, rechaza y silencia las visiones más críticas contra el poder, mientras que permite aquellas críticas “constructivas” que no se enfocan en la abolición del viejo poder para la creación de uno nuevo, sino en criticar al sistema sin cuestionarlo, a darle una palmadita en la espalda y decirle que a la próxima lo puede hacer mejor. Lo cierto es que la cultura está fuertemente coaccionada por unas ideas que no se han impuesto por ser las más racionales ni las “más buenas”, sino por ser las ideas que mejor justifican al poder. Esto permea incluso a los discursos “antisistema” y el encierro en que se encuentran desde la caída del Muro de Berlín es uno de los mayores desafíos a superar por los movimientos para institucionales.
Lo cierto es que desde los noventa el activismo artístico anda perdido en una espiral de confusión y sin sentido. Los cantantes contestatarios empezaron a gritarle al vacío, sin saber muy bien a quién. Kurt Cobain era el mayor ejemplo, el himno de generaciones de adolescentes cuya rabia nunca se transformaba en respuesta, ya que difícilmente surgían preguntas. Aquí hay dos problemas fundamentales con la cultura política de la sociedad, su adolescencia eterna y delegación de responsabilidad.
Con adolescencia eterna me refiero a esta falta de consciencia hacia que es lo que destruye la vida,en que en el capitalismo no hay una serie de individuos a los que culpar de todos los males, ya que el mal del capitalismo no radica en quien lo controla, radica en su misma estructura de explotación. Sí, existen grandes empresarios sin reparos a mostrar su poder y los gobiernos representativos colocan a un presidente, un chivo expiatorio que detrás de sí acarrea los intereses de la clase capitalista. Sin embargo, todas estas figuras son temporales y ninguna parece la dueña definitiva del poder, un día es Elon Musk el multimillonario famoso al que se ve como dueño del mundo pero antes los Rockefeller, los Rothschild o William Randolph Hearst. Lo cierto es que no son dirigentes oficiales de ninguna clase, sino que simplemente los que se colocan en la cima de la propia cima de la pirámide social. En los regímenes que son dictaduras abiertas es más fácil reconocer la rabia como consecuencia del mal gobierno, podemos echar las culpas de nuestra miseria a Franco, a Videla, a Maduro o a Dina Boluarte.El problema con esto es que detrás del “hombre de hierro” hay miles de tiranos sin rostro y no entender esto lleva a que con quitar al dictador de la ecuación baste, a que muera Franco y al día siguiente tengamos democracia, a pesar de que la policía torture y brutalice sin pruebas, se prohiban películas(como el crimen de Cuenca), cantantes entren a la cárcel(Pablo Hasel) o que los medios estatales y dominados por las oligarquías mientan libremente.Se dice que “Muerto el perro se acabó la rabia”, pero resulta que ese perro había sido infectado por una jauría y que este mismo perro infectó después a millones más.
Cuando hablo de delegación de la responsabilidad me refiero a que los ciudadanos se desentienden de los asuntos públicos y las crisis porque los gobiernos así se lo han hecho saber. En el sistema representativo y capitalista el pueblo no tiene poder ninguno, las elecciones económicas las decide una minoría y las estatales un puñado de políticos. Esto lleva a una alienación de la propia vida, la persona no se siente responsable de lo que ocurre en el mundo porque no lo es, porque su labor se ha relegado a observar cómo unos pocos hombres destruyen su mundo. Por eso buscamos profetas y en ellos las respuestas. Buscamos música para cantar cuando ocurre una injusticia, ideologías, líderes y artistas que configuren nuestra visión del mundo.Pero lo cierto es que el arte revolucionario sólo puede serlo en un contexto de lucha, porque este no es un impulso de ningún movimiento sino un catalizador y exposición de las ideas por las que se combate.
Hasta que se entienda que la revolución no puede ser televisada, que las expresiones artísticas acompañarán a la revolución y no al revés ningún cambio significativo ocurrirá. La crisis del arte es la crisis de la realidad, es la búsqueda de respuestas frente a un vacío que las niega todas.