Los líderes del mundo occidental miraron con indiferencia como la nueva administración Trump pretendía saquear los recursos naturales de Ucrania, sin embargo, tras un encontronazo verbal entre Trump y Zelenski, todos salieron con una rapidez poco usual en política para mostrar su apoyo al mandatario ucraniano, dejando ver en Londres que el belicismo europeo continúa sin cambio alguno. A su vez, fuera del foco público, Zelenski era instado desde dentro y fuera de su país a “reconducir” su relación con los EEUU —es decir, tragarse el sapo de lo sucedido el viernes—. Que los jefes de estado europeos se echaran las manos a la cabeza frente a un encontronazo verbal, pero no frente al acuerdo extractivista e imperialista que se pretendía firmar, desvela lo habituados que están al modus operandi del imperialismo. No obstante, la opinión pública, a través del poder mediático, pareció descubrir las relaciones imperialistas que vertebran las relaciones internacionales de nuestro tiempo. Resulta preciso indagar en cuáles son las herramientas del Imperio estadounidense en su diplomacia y con qué consigue mantener a los estados europeos como sus colonias.

El extremismo de centro en Europa lleva algunos años haciendo del militarismo su bandera. La derechista Margarita Robles, ministra de defensa de España, llegó a afirmar que invertir en defensa era invertir en paz y la presidenta de la comisión europea, Ursula Von der Leyen —quien antaño fue ministra de defensa de Alemania—, llegó a hacer campaña para las elecciones europeas del año pasado en un búnker militar. Conviene remarcar esto porque tras lo sucedido el pasado fin de semana parecería, como dijo la responsable de exteriores de la UE, Kaja Kallas, que Europa anda buscando un nuevo líder para el autoproclamado mundo libre, y que está en condiciones de romper con el hegemón norteamericano a causa del energúmeno de Trump. Sin embargo, nada está más lejos de la realidad. Los motivos por los que la ayuda a Ucrania divide a la metrópoli con sus colonias no es que estas últimas no estén alineadas con la agenda trumpista, es que en caso de alinearse con ella en este tema concreto harían un ridículo espantoso con piruetas argumentales dignas de un acróbata o de 1984. Sin embargo, cuando la capital del imperio presiona para que haya mayor gasto militar, las colonias obedecen. Cuando Estados Unidos autorizó un atentado contra infraestructura alemana con el sabotaje al Nord Stream, Alemania, y el resto de colonias, calló. Cuando la capital del imperio retira la financiación a las universidades que permiten protestas propalestinas, el “mundo libre” —sinónimo de las colonias del Imperio— calla. Cuando la capital del Imperio cometió injerencias en las elecciones federales alemanas o en las anuladas presidenciales rumanas —irónicamente anuladas a causa de una no demostrada injerencia rusa—, la reacción de las colonias fue inexistente. Cuando Gustavo Petro se plantó ante la deportación de colombianos esposados como criminales en aviones militares por parte de Estados Unidos, las colonias del imperio no convocaron ninguna reunión urgente para proteger los derechos humanos de los inmigrantes, y ni siquiera el poder mediático se atrevió a posicionarse frente al Emperador. Y así es posible escribir cientos de páginas, sobre todo si se pasa revista de las actitudes imperiales de mandatarios estadounidenses que evitaban comportarse como un matón en público, aunque actuaran como tal en privado.

Tras tanta sumisión, ¿por qué Trump menosprecia hoy a sus colonias? Porque puede hacerlo. El corporativismo estadounidense ha revestido de globalización la apropiación planificada a través de fondos buitre del mercado inmobiliario y de los recursos naturales de los europeos, es decir, del techo bajo el que vivir y del alimento que injerir. Cuando Trump actúa como un proteccionista, no está acometiendo un suicidio económico, sino que está orientando el poder político, militar y económico de Imperio hacia la defensa exclusiva de los Estados Unidos, sabedor de que el descuido de las colonias no provocará su rebelión al controlar el poder de la oligarquía corporativa de los Estados Unidos que es propietaria y, por tanto, parte del poder económico de las colonias. Esta dominación del poder económico es el garante de la estabilidad del Imperio con las instituciones de sus colonias, ahora que la metrópoli ha entrado en una fase de decadencia y ya no le es rentable seguir siendo amable con aquellos a los que puede someter.

En definitiva, lo sucedido el viernes pasado desvela el imperialismo que está presente en la fase actual del capitalismo. Sin embargo, esa actitud no está ligada a Donald Trump, aunque sea quien la ha mostrado en público. Hay voces que advierten del fin del orden mundial salido de la Segunda Guerra Mundial y reforzado tras el final de la Guerra Fría. Es posible. Aún así, Trump no es algo nuevo, sino que es la expresión menos pudorosa de ese orden, un orden basado en la violación constante de la soberanía de naciones independientes para recibir tratos de favor comerciales y geopolíticos con tal de alimentar una oligarquía que si hoy abandona a Ucrania es porque la guerra a dejado de ser rentable, como sí lo sería la extracción a través de la diplomacia de sus recursos naturales. Si las oligarquías europeas, aunque acabarán aceptando lo que venga del otro lado del atlántico, se muestran en contra de ello, es porque una parte de ellas había encadenado su supervivencia al militarismo. Esto nos puede conducir a una ruptura de ese orden mundial terrorífico y la aparición de uno peor y más autoritario, pero también puede reafirmar el actual o provocar una revolución que traiga uno más justo; en cualquier caso, la posición de defensa del orden mundial actual, del consenso bélico frente a Rusia, del otanismo o de la democracia liberal es un error, pues Trump es el resultado de todo ello. El deber de quien desee un mundo mejor es buscar una alternativa que rompa con el futuro que plantea la agudización de la plutocracia en Estados Unidos y con el orden mundial de imperialismo extractivista surgido de la Segunda Guerra Mundial, y para ello es preciso atreverse a imaginar un mundo distinto y postcapitalista.