25 de septiembre de 2025

Elecciones alemanas: el enroque del otanismo frente a la ultraderecha

M. Rey/RTVE

≪En Alemania se ha cumplido lo que pronosticaban los sondeos≫. Tal vez esta sea la frase más repetida en noticias y reportajes, pues es cierta, sin embargo, contrasta con la sensación de estupefacción y sorpresa que hoy impera ante el hecho de que un partido neonazi haya obtenido el 20,8% de los votos precisamente en Alemania. Que la pregunta sea cómo es posible que eso haya sucedido expresa sorpresa ante un hecho inexplicable cuya respuesta requiere desechar una visión del mundo donde ese acontecimiento es imposible, lo que conduce al desconcierto y a la sensación de haber vivido inmerso en mitos. Esto es peligroso, pues la perplejidad desmoviliza. Por tanto, es preciso extraer lecciones y explicaciones de estas elecciones que impulsen a reaccionar, no a la desorientación intelectual, y para ello no basta con ver un gráfico de escaños, sino que es necesario un análisis más profundo. 

En un artículo publicado hace dos semanas en la revista digital Jacobin la autora Francesca de Benedetti argumentaba que las grandes mutaciones sociales están ligadas a rupturas discursivas para analizar la demonización de la izquierda radical por parte de los partidos sistémicos en las democracias europeas. En los sistemas de partidos europeos, el resurgimiento de términos como “extrema izquierda”, la calificación de comunismo de cualquier medida mínimamente intervencionista y el revisionismo histórico —como por ejemplo considerar a Hitler un comunista— ha funcionado como un juego de suma cero con respecto al discurso de la extrema derecha. El partido hasta ahora gobernante SPD, y que ya había sido el abanderado de las políticas neoliberales durante los años ochenta, es el mayor ejemplo de ese cambio en el discurso. A pesar de que un estudio reciente demuestra que no hay relación entre inmigración y criminalidad en Alemania, los socialdemócratas no han tenido reparos en aceptar las tesis racistas de los neonazis. Así también, aceptaron sin trabas el belicismo de la OTAN, como ejemplificó el propio canciller Scholz en su discurso Zeitenwende — “cambio de tiempos” en alemán— demostrando con la primacía del gasto militar frente al gasto social un seguidismo ciego a la agenda geopolítica norteamericana. Esta tendencia suicida a la derechización de los partidos socialdemócratas, que son los actores políticos de las oligarquías moderadas, arrastra a los partidos de la izquierda radical en origen hacia una defensa incómoda del statu quo y, finalmente, a la asunción de ese discurso defensivo como el programa político en sí. Así, los Verdes retienen un suelo de electores militaristas y sionistas, lo que les permite resistir con el 12% de los sufragios, pero a costa de abandonar todo atisbo de permanencia de sus valores fundacionales pacifistas y humanistas. En definitiva, el mantenimiento de la democracia liberal al servicio de oligarcas se convierte en la única alternativa a la ultraderecha para aquellos que antaño defendían, de una forma más o menos acertada, un mundo mejor. 

En AfD, por lo que a ellos respecta, han sabido aprovechar esa ruptura discursiva para impulsar un cambio en los valores sin oposición alguna. Por un lado, han aprovechado las desigualdades propias de un sistema dominado por oligarquías financieras para generar identificaciones falsas, es decir, para asociar ese empobrecimiento de las clases trabajadoras a un “marxismo cultural” que enfrenta tanto a mujeres y hombres —en su parte antifeminista— como a empresarios y trabajadores —en su parte anticomunista—, asociando a los colectivos vulnerables con “privilegios” que no son para nada reales—como “los vagos que viven de paguitas”—. De esta forma, y con un hábil uso de las redes sociales y los recursos comunicativos de las oligarquías que les financian, han conseguido que una parte de las clases populares se identifiquen por su condición de hombre, de blanco y de alemán, antes que por su condición de clase. Esto les ha situado falsamente más cerca del explotador más reaccionario y multimillonario que de la trabajadora siria de la que son compañeros de trabajo. Por otro lado, no han encontrado oposición, ya que los partidos tradicionales —el SPD y el ganador de las elecciones, la CDU—, así como los Verdes, están por completo deslegitimados moralmente al ser los actores esenciales de una supuesta democracia al servicio de intereses privados —el candidato de la CDU y futuro canciller, Friedrich Merz, es un lobista profesional de BlackRock— con casos flagrantes de censura, justificación ética de un genocidio y lawfare contra opositores de la izquierda radical. Además, resulta complicado esperar de los partidos que han asumido los valores derechistas “moderados” como única alternativa a los neonazis una lucha cultural por la recuperación de la conciencia de clase. 

Este bosquejo de las razones por las que AfD obtuvo un 20,8% del voto en las elecciones alemanas demuestra que los partidos extremistas de centro, pilares de la estabilidad de los sistemas oligárquicos que imperan en nuestros días, son el origen de los votantes de la extrema derecha, debido a que tanto en su discurso como en el sistema que defienden está la semilla del capitalismo más inhumano y despiadado que abanderan actores políticos como Trump, Alice Weidel —candidata por AfD—, Milei, Noboa o Boluarte. Una retórica progresista que se demuestra reaccionaria en sus políticas no hace sino orientar el desencanto lógico con el statu quo actual hacia la que luce como única alternativa, la ultraderecha, pese a ser un lobo disfrazado de oveja. 

Manifestantes de izquierdas en contra del partido neonazi AfD. Fotografía: Clemens Bilan/EFE

Así y todo, hay factores positivos que se deben resaltar como enseñanzas. Aún sin haber dañado el resultado de AfD, la movilización popular en las calles contra los actos de los neonazis y una leve radicalización en la recta final de la campaña del discurso de Die Linke, buscando el voto joven a través de las redes sociales, ha conseguido un repunte de este partido al menos discursivamente de izquierdas que ha obtenido un 8% del voto, cuando algunas encuestas lo situaban por debajo del 5% necesario para entrar en el Bundestag, y ha ganado entre los votantes más jóvenes —de entre 18 y 29 años—. Además, este partido ha conseguido vencer a AfD en el este de Berlín, dando una repentina demostración de que el camino no está en la moderación ni en las luces largas con los poderosos. 

Con toda probabilidad, el lobista de BlackRock Merz será investido canciller con los votos de su partido, la CDU, y los de los socialdemócratas del SPD, enrocando al extremismo de centro otanista. La permanencia con tan buen resultado de Die Linke en el Bundestag y su capacidad para convencer a la juventud deja ver una alternativa a la que podría haber sido la única oposición (AfD) para canalizar el descontento más que previsible con el futuro gobierno, que no trae aires nuevos. 

Esto no significa que se deba delegar la respuesta popular a los partidos de la izquierda institucional, nada más lejos de la realidad. No hay que olvidar la equidistancia de Die Linke con el genocidio palestino, un tema que ha evitado durante la campaña. El impulso por la profundización democrática y una alternativa de clase a la democracia oligárquica debe emerger de la organización de las clases trabajadoras, de la gente sencilla, para que en cada acto de los neonazis haya una contramanifestación que les señale sus vergüenzas, para que a cada idea reaccionara —incluso a aquellas asimiladas por la socialdemocracia— haya un planteamiento emancipador que se difunda por las asociaciones locales, las redes sociales y los medios de comunicación honestos. Solo así, los partidos que son potenciales receptores de estas ideas se atreverán a salir de su letargo y a recuperar los planteamientos de la izquierda radical, y solo así, aquellos desencantados podrán volver a ver una alternativa a este sistema injusto lejos de la ultraderecha. Es necesario, en definitiva, dejar de confiar en que los “partidos de estado” harán aparecer una solución con las mismas políticas con las que han creado el problema, y que el pasmo no paralice a las clases populares en su conquista de la libertad. No es un momento de defensa, sino de ofensiva. Esa es la lección que las elecciones federales alemanas han dejado para la historia. 

Por Agitatio

PERIÓDICO DIGITAL DE LÁPIZ ROJO.

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